Mi mamá no estaba en casa, sino en el kiosco de su amiga Elsa, íbamos ahi porque además de una tele enorme ya se había transformado en cábala ver el partido juntos. Llego agotado de caminar, justo para a ver los últimos minutos, me cuentan sin dejar de ver la tele que los italianos habían silvado nuestro himno y que Maradona los había puteado, que el gol del empate lo había metido “el Cani”, que estaba difícil y por ello antes de siquiera poder sentarme me mandaron a comprar una rosa roja para “el Diego”, no se podía romper el ritual de cada partido. Sabia que el amuleto era fundamental, había funcionado bien en cuartos, estoy seguro que nunca había pedaleado tan rápido, la florería estaba en el centro bastante lejos del kiosco de Elsa, pero volví a tiempo para ver los penales.
Recuerdo la emoción de ver a Goyco, como se preparaba, las caras que ponía antes de cada disparo. Pero lo que mas recuerdo es la cara de mi mamá, nunca más volví a ver tanta ilusión en ella depositada en la albiceleste. Goycochea hizo lo suyo, tapó dos penales hermosos y pasamos a la final.
Goyco sería para siempre mi ídolo, tanto asi que llegué a hinchar por Mandiyú de Corrientes.
Seguramente muchos piensen que Edgardo Codesal, el árbitro que nos tocó en suerte con Alemania, nos robó la gloria del 90 o que Völler simuló ante la cercanía de Sensini, sin embargo durante el partido final me di cuenta que la cábala estaba incompleta, pero sinceramente no quería pedalear hasta el centro. Pudimos ganar, aunque nadie, excepto yo, se acordó de la rosa roja para El Diego.