No sé muy bien cómo surgió la idea, pasaron casi 20 años, pero si recuerdo claramente que fue aceptada de inmediato por todo el curso, hasta por los tragas como yo, “La Tesore”, o las siempre correctas “Cintia y Dulce”. Alguien creyó que “llevar a pasear” al busto de Ameghino era un buen plan. Florentino era la figura indiscutible del hall central que durante años nos había recibido estoico cada mediodía con una mirada fría y distante, tal vez porque nadie le prestaba la debida atención.
Quitar el busto de su pedestal no sería tarea fácil -no porque estuviera amurado- ya sabíamos que el muchacho “tenia juego”, un pequeño movimiento que insinuaba poca sujeción, pero en contraposición estaba flanqueado por las oficinas de Dirección y Secretaría; y como si esto fuera poco estaba ubicado ni mas ni menos que frente a la puerta principal. Fue entonces que decidimos que aquel desafío sería nuestra bandera, nuestro gran cierre de año.
Mediante unos rápidos movimientos y apoyados por sendas maniobras distractivas, el busto fue retirado de su lugar con un par de “tirones hacia arriba” ante la atónita mirada de ocasionales e involuntarios alumnos más jóvenes. Los más forzudos tomaron en andas al morocho busto de Ameghino y raudamente apuraron el paso hacia la salida. Veinte años después debo decir que no era difícil huir sin ser controlado en esa época, hemos sabido saltar las rejas, atravesar ventanas, o simplemente escondernos para salir esperando por una oportunidad. Ya con don Florentino en la vereda y el curso completo siendo cómplice del rapto, se decidió alejarnos del Colegio con rumbo incierto, aunque no sin antes vestir al susodicho con la camisa blanca y corbata roja emblema de nuestra querida institución.
Caminamos hacia el centro por calle 30 con el busto en andas (nos turnábamos para llevarlo porque era pesadísimo). Hicimos una parada técnica en la casa de Cintia, quien vivía cerca del colegio para decidir qué hacer y luego doblamos en dirección a la plaza principal. Cuando llegamos a la calle 27 y nos enfocamos hacia la iglesia, el gran libertador fue como una señal y sentimos que ambas estatuas debían conocerse. Luego de las presentaciones formales, las fotos y chistes de rigor surgió la gran pregunta, Luego de las presentaciones formales, las fotos y chistes de rigor surgió la gran pregunta, “cómo devolveríamos a Ameghino sin perder nuestras almas en el intento”, es menester aclarar que la dirección en aquellos tiempos estaba a cargo de Doña Barreneche, y no era un hueso fácil de roer.
El recuerdo es difuso, pero alguien nos había avisado que ya el Colegio había notado la ausencia del patrono, y los tiempos comenzaban a acortarse, deberíamos encontrar una solución. Finalmente la respuesta se presentó en forma de vehículo de alquiler, enviamos a Ameghino cómodamente apoyado en el asiento trasero de un taxi. Claro que nadie tenia plata para pagarlo, asi que lo mandamos con la certeza que alguien se haría cargo al llegar a destino (supimos luego que el servicio fué pagado por la entonces vice-directora) Tengo el mejor recuerdo de este audáz momento, tal vez fu apenas una hora vivida en alguno de los últimos días de clase, pero esos sesenta minutos tuvieron profunda intensidad, aquella que solo puede experimentarse cuando se tienen dieciocho años, amigos de fierro y un sentimiento inexplicable por el querido “Colegio Nacional Florentino Ameghino”